De vez en cuando los científicos se reúnen para decirnos que la Tierra tiene los días contados. Ahora dicen que el fin del mundo será en 2025. O sea que a la Tierra le quedan cuatro juegos olímpicos. Dicen que el fin es doblemente irremisible ya que la destrucción viene por nuestra naturaleza animal y nuestra cultura. Pero entre semejante algarabía pesimista hay un rayo de esperanza: el sistema de vida latino puede ser el gran antídoto.
El portador de malas noticias es en este caso la revista «New Scientist», reportando desde la reunión del Ecological Society of America en Albuquerque. Dicen que los humanos nos reproducimos y expandimos como bacterias, como un cáncer, agotando recursos y destruyendo lo que es nuestro sustento. Y hacemos eso porque genéticamente estamos diseñados para crecer, reproducirnos, expandirnos. En pocas palabras: para sobrevivir. No solo eso, nuestro sistema económico, el sistema sobre el que está basado nuestro modelo de supervivencia, requiere que consumamos más y más a fin de que se siga produciendo riqueza. El artículo cita a Victor Lebow en 1955 diciendo:
Nuestra economía enormemente productiva exige que convirtamos el consumo en nuestro modo de vida, que convirtamos el comprar bienes y usarlos en rituales, que busquemos nuestra satisfacción espiritual y la satisfacción de nuestro ego en el consumo. Necesitamos bienes consumidos, quemados, usados, reemplazados y descartados a un ritmo cada vez más alto
Y conscientes de las desigualdades que el sistema engendra, confiamos en el crecimiento para que mejore la justicia del sistema. Ya sabes, en vez de repartir de nuevo el pastel, confiamos en que si hacemos que el pastel crezca, a todo el mundo le tocará una parte más grande.
Pero recientes estudios psicológicos apuntan que eso nunca va a suceder ya que la felicidad es algo comparativo. No importa el tamaño de nuestra parte del pastel, lo que importa es cuan grande es la parte del vecino, y si es más grande, entonces consideramos que es injusto, con lo que entramos en una carrera de ratas por tener más que los demás.
Pero lo que la Ecological Society of America no tiene en cuenta es que no todo el mundo es así. Pensemos en el típico latino, ese para quien un desayuno es un desayuno y no un café, el que considera la siesta algo sagrado, el que deja pasar el rato charlando con la familia o los amigos.
Este personaje observa con dejadez a la gente hipnotizada con sus resplandecientes iPhones, con su ropa de marca de nombres impronunicables. No se preocupa por si otros tienen más que él. De hecho lo poco que tiene lo comparte y no tiene intención de hacer más esfuerzo que el que sea estrictamente imprescindible. Es lo que podríamos llamar un perezoso. Ese que los europeos del norte y los norte americanos señalan con el dedo mientras gritan «mañana, mañana» y sonríen de oreja a oreja.
Pues resulta que si todos fueramos unos perezosos y nos rigiéramos por el “vive y deja vivir”, a la Tierra le quedaría una larga vida. Quien lo iba a decir, que los perezosos serían la gran esperanza. Así que ya sabes, practica la pereza con orgullo y si alguien se queja, pregúntale qué está haciendo él para salvar el mundo.