Tras la odisea del día anterior, el segundo día de trekking se presentaba plácido: teníamos nuestras mochilas, estábamos curtidos, y las vistas en la ruta iban a ser de las que no se olvidan. Nada podía salir mal.
Si no has leído las dos entregas anteriores y quieres entrar en la historia por orden, ves al artículo introductorio de Trekking por los Alpes.
Nos levantamos pronto para tomar un desayuno ligero y rápido con zumo de naranja, café, té, cereales, tostadas, mantequilla, mermelada, miel, pastelería y huevos revueltos. Algo simple para empezar el día. Preparamos todo el material necesario para el trekking y nos lanzamos al camino. La ruta empezaba al pie del hotel, a las afueras de Chamonix. En ascenso continuo llegaríamos desde la base de esta montaña hasta lo más alto, el teleférico que se avista en la punta superior derecha, un ascenso de 1,200m.
Chamonix quedaría a nuestros pies, en un valle formado por la montaña a la que íbamos a subir y el mazizo del Mont Blanc, que desde el valle, y sin poder ver la cima, ya se mostraba impresionante.
Empezamos la subida entre vegetación abundante y árboles frondosos. Cuando las ramas lo permitían veíamos los impresionantes glaciares al otro lado del valle crecer en estatura.
Poco a poco la vegetación empezó a cambiar y nos dimos cuenta que ya estábamos a una altura considerable. Nuestro paso era constante pero no demasiado rápido: tras los esfuerzos del día anterior y los constantes desniveles habíamos decidido disfrutar del paisaje.
Nuestro objetivo estaba a la vista, el primer descanso del día en el refugio de montaña de Bel Lachat, tras la cumbre al extremo derecho de la fotografía, donde podríamos reponer fuerzas y disfrutar de las vistas.
Al llegar las vistas no decepcionaron. Probablemente uno de los paisajes más impresionantes que he visto. Aprovechamos para sacar algunas fotos y descansar. El tramo que quedaba era prácticamente plano y el teleférico cerraba en dos horas y media, tiempo de sobras para llegar. Charlando con la gente en el refugio nos enteramos que de hecho el teleférico cerraba en una hora. Teníamos posibilidades de llegar, pero no muchas (dijeron después de echar un vistazo a nuestra impecable efigie de gente de ciudad disfrazados de montañistas).
Una vez más nuestro paseo se había convertido en una carrera contra el reloj. Una vez más mirábamos al horizonte con pocas esperanzas y con gran cansancio. Esta es la grandeza del montañismo, es la grandeza del espíritu ganador. El sufrimiento es parte de la victoria, y no hay victoria sin sufrimiento. Nuestros cuerpos empezaban a acusar el cansancio que en algunos momentos era dolor. Pero no nos íbamos a dar por vencidos. No llegar al teleférico simplemente no era una opción. Cargamos la mochila a la espalda, bebimos un último trago de nuestro tubito conectado a la bolsa de agua en la mochila y salimos adelante, la mirada fija adelante, el paso obstinado y firme.
El camino que se suponía plano y sin problemas resultó ser pedregoso, sin apenas lugares planos donde pisar, y con constantes altibajos. Tras pasar sobre una pequeña cumbre y una bajada bastante pronunciada vimos a lo lejos la cima sobre la que se agarraba el teleférico, en el medio de un paisaje despojado de toda vegetación a expcepción de pequeños brotes de hierba. Y la distancia pareció insuperable.
A estas alturas del camino el dolor no era más que un recuerdo, una memoria del refugio que ahora parecía perderse en un tiempo borroso. Alentados por la inquietante belleza del paisaje rocoso, desolado, pensando en el siguiente paso de un camino que se hacía cada vez más difícil, la palabra fracaso no era parte de nuestro vocabulario, especialmente porque no teníamos ninguna intención de bajar a pié.
Finalmente lo logramos, llegamos al punto más elevado de nuestro camino, a 2,200m de altura, en un privilegiado balcón sobre Chamonix y tan cerca del Mont Blanc que creíamos poder tocarlo.
Pero al llegar a la base, cansados, doloridos, vimos la llegada en Chamonix del Ultra-Trail de Mont Blanc, una locura de carrera alpina de 166km y más de 9,500m de desnivel que el ganador hizo en el estúpido tiempo de 20 horas. Otros superaron las 40 horas sin descanso cruzando cumbres de más de 2,500m. La carrera empezó el Viernes por la tarde bajo un intenso aguacero que siguió toda la noche. Esa fue la noche que llegamos y los vimos correr mientra nos preocupábamos por nuestras mochilas. Cuando llegamos a Chamonix tras dos noches de hotel, desayuno y cena muchos de ellos llegaban también, tras haber sufrido lluvia, sol de justicia, temperaturas bajo cero, barro, rocas, comida en forma de barritas energéticas y otras inclemencias. Ellos daban un nuevo sentido a la palabra «sufrimiento».
Aquí acabaron nuestros dos días de trekking. El día siguiente iba a ser de merecido descanso. Léelo aquí.