Quizás conozcas la famosa campaña publicitaria de una tarjeta de crédito en la que vemos en sucesión unos productos y su precio. Al final el eslogan dice que lo que se consigue comprando esos productos no tiene precio.
La versión original en inglés del eslogan dice “priceless”, es decir, que no se puede comprar pagando un precio. Recientemente viendo la nueva remesa de anuncios en TV me di cuenta que tras la palabra “priceless” hay una pequeña “R” en un círculo. Empresas que han gastado grandes sumas de dinero en crear marcas acostumbran a protegerlas registrándolas. Es decir, que no puedes usar el nombre Coca Cola a no ser que sea con permiso. Esa pequeña “R” significa que al igual que la marca Coca Cola, la palabra “Priceless” está registrada.
Parecerá que registrar palabras es llevar las cosas demasiado lejos. Si todos empiezan a registrar palabras pronto vamos a tener que inventar nuevas para poder comunicarnos. Pero el tema no es tan malo como parece a simple vista.
Si otra compañía publicitaria quiere usar la palabra “priceless” en un eslogan puede hacerlo, no está prohibido. Los propietarios del registro pueden entonces denunciar o no denunciar. La teoría económica dice que el comportamiento racional es denunciar, incurriendo en lo que se llama “costes hundidos”: se soporta un coste (el proceso de denunciar y todo lo que acarrea) y de ese modo se manda la señal al mercado que no repararán en gastos para defender su registro. Si alguien quiere usarla va a tener la certeza que le van a denunciar, con lo que se condiciona su comportamiento.
Pero aunque esté claro que van a denunciar, eso no significa que vayan a ganar. El resultado es incierto. Pero para aquellos que quieran usar la palabra es un riesgo demasiado grande puesto que el proceso requiere abogados, plazos, puede ser que deban cancelar la campaña, y seguro que el cliente no va a estar contento. Es básicamente una situación de terror. Porque el objetivo del terrorismo no es destruir inmuebles o vidas humanas, sino hacer sentir inseguridad a la gente, incerteza, impidiendo que tomen decisiones libremente. Si en el borrador de una campaña publicitaria una propuesta usa “priceless” y otra no, lo más probable es que utilicen la segunda, ni que sea para evitarse problemas. Y de este modo, la competencia se ve limitada, no escoge la mejor opción y el terrorismo publicitario consigue su objetivo.