Tal vez alguno de vosotros haya experimentado lo que es tener un familiar en casa con un transistor en la mano escuchando los partidos de futbol o algún programa de radio.
En mi casa, mi padre tenía esa costumbre. Todavía recuerdo el sonido estridente de ese altavoz propio de los años 60.
Yo en cambio iba con mis elegantes auriculares y mi calidad de sonido. No sin esfuerzo, conseguí hacerle comprender que los auriculares son más modernos, que te permiten escuchar mucho mejor (sin mencionar el descanso que supone para los demás), y que son mucho más elegantes. Que equivocado estaba.
La juventud londinense, a la cabeza de las tendencias, ha sacado la nueva moda de escuchar música por el altavoz de su teléfono móvil. El resultado es un ruido incomprensible muy similar al de un transistor. Evidentemente, si el joven en cuestión lleva el teléfono en el bolsillo, no puede escuchar la música. Por lo tanto lleva el teléfono en la mano, a una altura que le permita escuchar. Normalmente en un ángulo de 90 grados. Pensareis que es una estupidez llevar el teléfono en la mano para escuchar ruido de transistor cuando podría escuchar en estéreo y sin tener que llevar la mano en tan incómoda posición con sólo usar auriculares. Y que también son ganas estar en la calle a 0 grados con la mano desnuda porque con guantes no se pueden operar lo botones… ¿Es que os pensáis que ser "cool" es fácil? Se requiere sufrimiento.
Así que una vez más se demuestra la sabiduría de nuestros mayores. Si veis a alguno de vuestros familiares con el transistor por la casa, no les tratéis de anticuados. De hecho, están marcando tendencias.
Bueno… lo de dar la nota con el móvil es de lo más normal. Aparte de sentirse uno como un verdadero gilipollas si no tienes la última pieza del mercado (qué gran anuncio ese de telefónica y la tecnología 3G; si no lo compras a la voz de ya, viene el camello del rey Melchor y te suelta una coz en la coronilla), uno se siente aún más imbécil si no luce esa adquisición por el metro. Lo «cool» de verdad es eso; siempre lo ha sido. Aquello que no se puede exhibir impúdicamente no merece la pena.
Claro que siempre hay algún caso extremo. Como muestra, lo que pude presenciar un día volviendo del trabajo a casa en metro (el de Barcelona; una verdadera odisea a ratos sí y a ratos también). Un joven más o menos de mi edad, bien puesto con su traje y su corbatita, jugando con el móvil.
Hasta ahí, todo normal. ¿Quién no ha jugado alguna partida al snake de nokia?
Lo divertido llegó con el sonido. Un servidor estaba a un par de metros de distancia, reventando bolitas discretamente en su agendita electrónica recién comprada (sí, yo también caí; aunque lo dejé después de que se colgase con un sudoku y estuviese a punto de perder toooooooda la información de mi trabajo). Volviendo a mi convecino de vagón: se puede jugar con discreción… y a voz en grito. Bueno, éste era de los segundos. El ambiente de un vagón de metro suele ser espeso (en aroma, en color, en sabor, en oído), pero tooooooodas las jugadas que hacía el sujeto de marras se podían sentir con gran claridad. Y uno casi podía intuir cuándo pasaba de nivel o cuándo se acababa el juego, hasta el punto de que, dos o tres estaciones después de empezar a escucharse los pitidos del aparatejo, no se oía nada más en el vagón. Era uno de esos silencios densos, casi incómodos, pero el muchacho no pareció enterarse. Creo que alguno respiró tranquilo después de que se fuese.
Mientras posteaba, he recordado una docena poco más o menos de casos de una variante en verdad desoladora: el eme-pe-tres-ero (o sea, el usuario de mp3) que lleva el bichito a todo lo que da el volumen y lo escucho, desde la otra punta del vagón, mejor que el mío propio que llevo pegado a mis pabellones auditivos. Pero ésa, como diría el sabio, es otra historia…
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